El café no se toma, se vive.

Birlikte bir fincan kahve içmek kırk yıllık dostluğun garantisidir.

“Solo lo que necesito”, pensaba mientras bajaba una calle árida que albergaba una partida intensa de backgammon.

De lado izquierdo, en una de las múltiples tiendas que parecen ser sostenidas por vasijas, finalmente pensé haber encontrado lo que quería, una taza para café turco.

Al entrar, el olor, poca luz y abrumante cantidad de cobre me hizo sentir que había retrocedido quinientos años.

En confusión por no ver precios ni organización y agobiado por tantos metales, no tuve opción más que detenerme en el centro de la tienda. A mi derecha, dos hombres, sin intención de soltar la elegancia de su cigarro, me veían y con su ligera sonrisa expresaban: “hay muchas formas de funcionar.”

Al darse cuenta de mi ignorancia y calidad extranjera, en una combinación de español e inglés, uno de ellos me preguntó: “En que te puedo ayudar.”

Respondiendo más fuerte con las manos, intenté explicarle lo que quería. Dije las palabras cruciales: café, taza, Turquía. Por fuera de la tienda, pude haber pasado como un simio.

En completa calma, el hombre sonrió, dijo “yes, yes”, y pasó a un lado para tomar el cezve, un cántaro de cobre con un brazo de cerámica. Ligeramente me lo dio, dijo: “coffee, coffee”, y sonrió. Caminó dos pasos e inmediatamente a su derecha, como si fuera un arte de magia, encontró una caja con dos tazas, platos y vasos. Poniéndolas en mi otra mano, dijo: “coffee, ready” y caminando hacia la caja, sonrió nuevamente.

Fue aquí en donde mis expectativas se quebrantaron, como si hubiera entrado a Chick-Fil-A y de repente tenía McNuggets en las manos.

¡¿Qué demonios?!, pensé. Solo necesitaba una taza.

Llevarme tantas cosas pone en grave riesgo el excederme en equipaje y tener que documentar, un “inmenso” problema que heredamos como resultado de nuestra vida que no tiene tiempo para detenerse.

Giré mi cuerpo lentamente, como buscando en algún lado de mi cerebro palabras en turco, y dije: “No, no, no, just coffee, one, one, one.”

Hay momentos en la vida en la que la ausencia de palabras expone tu falta de percepción y dan una lección de vida.

Este fue uno.

El hombre, al verme alterado, caminó lentamente en mi dirección cuidando que el humo del cigarro no lo siguiera. Se detuvo lo suficientemente cerca para transmitir un secreto y dijo: “regla 1 en Turquía, el café es para compartir.”

Al instante, la tienda se convirtió en una película de recuerdos de todas las veces que he ordenado en Starbucks.

Enfrente de mí, vi al adolescente que no puede despegarse de su Instagram y aun así ordena un Venti Macchiato, la eficacia transformada en estrés de cada uno de los baristas quienes pretenden hablar contigo mientras el auricular les da la orden del coche en espera, la impaciencia del ejecutivo detrás que responde emails y llamadas mientras “solo quiere un flat white”, la mujer disfrazada de lululemon que siente que su vida es incompleta si no hay leche de almendra y el hípster al cual el cold brew le da identidad.

En medio de esta película estaba yo, uno más de sus actores.

Veía el harmonioso caos como si mi presencia viviera en otro tiempo y todo pasara rápidamente a mi alrededor. Me pregunté: ¿qué hemos hecho del café? ¿Es un placer o una adicción? ¿Cómo llegamos a evaluarlo en más de cinco dólares y consumirlo como si fuera un tanque de oxígeno?  

Reflexionaba, quizá nuestra forma de tomar café es la expresión de nuestros problemas sociales. Status, identidad, eficacia y consumo están por encima de la comunión. Ordenar nos es más importante que escuchar.

Desperté de la película y el hombre seguía enfrente de mí, como si esperara una respuesta sin intención de forzarla. Tomó el cezve y me dijo: “very important, cold water.”

El haber ya entrado a un par de cafeterías de la zona, me había enseñado que no existe el cold brew en este país por lo que usar agua fría no me hizo sentido.

Resulta que la lógica que creamos y que nos rige, solo hace sentido en nuestras cabezas, una de las cosas más difíciles de aprender y aceptar en esta vida.

Entre más fría el agua, mayor concentración de oxígeno, por lo tanto, mayor espuma. Para el café turco, la espuma es crucial y tiene un hermoso significado.

Preparado correctamente, el café se muele finamente y se coloca en el cezve con agua fría justo antes de prender el fuego (históricamente en leña). La espuma se crea y el cambio de temperatura la va elevando gradualmente. Justo antes de hervir, la espuma sube aceleradamente a la superficie. Es aquí, en ese preciso instante, en el que el cezve debe ser retirado inmediatamente.

En la bandera de este país, hay una luna en cuarto creciente y una estrella. La primera representa el desarrollo y constante aprendizaje mientras que la segunda una guía constante de iluminación. La espuma en el café no es crucial por su textura, si no por su bello recordatorio. Siempre estamos aprendiendo y cuando creemos saberlo todo, debemos retirarnos del fuego.

Como segundo paso, el café se sirve en ambas tasas junto con un vaso de agua. Si lo vemos burdamente, el agua tiene dos funciones, limpiar la boca antes de consumirlo e hidratarla después de. Sin embargo, al presenciarlo, en realidad son dos momentos de reflexión, de pausa.

Finalmente, mientras se disfruta y se escucha, las partículas del café suspendidas con la espuma bajan gradualmente y se asientan en el fondo de la taza. Es como si durante la conversación todo regresara armoniosamente a la normalidad.

El concentrado pastoso que queda al fondo no es para consumirse, es para recordarnos de la hermosa insignificancia de nuestros problemas. Al final hay fuerzas más grandes que escogemos apreciar poco pero que direccionan nuestras vidas más de lo que creemos.  

Al voltear el vaso y “leer el café”, los turcos en realidad no están leyendo el futuro, están recordando la ilusión con la que vivimos de controlarlo.

Es difícil encontrar registros oficiales sobre el inicio de este método de preparación, pero se piensa que comerciantes provenientes de Siria llegaron al imperio Otomán a ofrecer y preparar de esta forma el café. Su única condición de venta era compartirlo.

Por siglos, en este país el café no se toma, se vive. Es el método para conversar, unir matrimonios, debatir y escuchar.

La cafeína, en lugar de tener el objetivo de mantenernos en arrebatado movimiento desconectados de nuestra esencia, detiene y crea una pausa que solo puede apreciarse en compañía.

En fin, en completa paz y regresando del sueño, caminé hacia la caja robándole la sonrisa a aquel hombre y, mientras pagaba el cezve, ambas tasas, vasos y platos, entendía:

“Esto es solo lo que necesitaba.”

Birlikte bir fincan kahve içmek kırk yıllık dostluğun garantisidir.

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