De no ser por la energía que emana, sería difícil encontrarlo. Una vez adentro, fue imposible dejar de admirarlo.
Caminando por uno de los pasillos angostos que separan los canales de agua de negocios familiares en Gante, encontramos, colgado a media altura, el nombre del lugar.
Sus letras decían: ‘t Dreupelkot, su aroma gritaba bienvenidos.
Iluminado por dos ventanas que por momentos reflejan la paz del agua y por otros el caos de los turistas, el pub tiene dos sillones, una mesa y tres bancos, todos en dirección a una barra que, en su madera y ladrillo, provoca imaginar caballeros relajándose después de largas cabalgatas.
Detrás de la barra vive Pol, su creador.
De espaldas a nosotros, una pareja platicaba con él, y por motivos que son imposibles de explicar, automáticamente sentimos estar agregados a la conversación.
Aunque el idioma no era el mismo, la barra con su magnetismo te enseña que hay veces que los sonidos, sonrisas y momentos son suficientes para entender y disfrutar.
Pol nos acercó el menú, el cual estaba impreso y enmicado por necesidad, y al deslizarlo por la madera nos vio fijamente expresando lo mucho que reconocía nuestra ignorancia. No solamente no sabíamos que pedir, dudábamos de cómo actuar.
¿Por qué nos da pena e inseguridad lo desconocido? Ojalá pudiéramos ver esos momentos como los vemos en retrospectiva y sentir la hermosa irrelevancia del no saber.
“¿Lichi para la dama?” – dijo Pol en tono de pregunta pero en completa seguridad que solamente te dan treinta y ocho años de entregar el corazón a hacer y servir ginebra.
Puso los “caballitos” sobre la madera provocando el sonido universal de “salud”, y sin quitar la mirada de nosotros ni contemplar el precio de su vejez evidenciado por el temblar de sus manos, llenó los vasos a una perfección que rozó lo sobrenatural.
Nosotros, al levantarlos, a pesar de derramar alcohol, no pudimos tampoco retirarle la mirada. En su autenticidad Pol refleja quienes queremos ser, personas blindadas de lo exterior viviendo con un aura llena de paz.
“Proviene de granos, como el whiskey…” – decía Pol en explicaciones cortas que invitaban a más preguntas. “El mío es el mejor, el simple y más fuerte”, contestaba a nuestra necesidad de recomendaciones. Cuando finalmente sirvió “el suyo”, de una botella que en su etiqueta tenía su retrato, sus palabras provocaron su primera sonrisa: “si no has comido, solo dos de esos y…bye.”
Sentados en bancos que rechinaban, justo enfrente de Pol, tuvimos momentos de silencio pero nunca nos sentimos incómodos, era como estar con alguien conocido por mucho tiempo, como con uno de esos amigos con los que no falta hablar para llenar un vacío.
Pol parecía siempre estar atento a responder la siguiente pregunta, como si se alimentara de ellas. La mayoría del tiempo él escucha, como todos quisiéramos ser.
Del lado izquierdo de la barra, Pol tiene billetes de muchos países, mínimo cincuenta diferentes clavados con alfileres. Sus denominaciones no le son de importancia, para él solo representan iniciadores de plática, expresiones de gratitud. Al final, todas sus ginebras cuestan cinco euros y el precio no está señalado en ninguna parte. El dinero en este cuarto medieval es el medio para su continuación, nunca el fin de este.
Justo enfrente de su vista, Pol tiene un recordatorio, quizá el más importante. Colgando de la pared, un barómetro de estado de ánimo, con su cara y nombre grabados, observa el pub, como si estuviera diseñado para medir a todos los presentes.
Señalándolo, le preguntamos cómo se sentía hoy y, en queja que asumía solo dolor físico, Pol contestó: “entre sesenta y setenta…pero después de estos cien.” Claramente “estos” refiriéndose a sus bebés, sus ginebras.
En la pared de un costado, la cual es bloqueada por un enorme destilador de cobre, Pol tiene escondidos reconocimientos de revistas y periódicos los cuales han galardonado a su lugar como uno que debes visitar. Uno de ellos usa adjetivos como histórico y eterno para completar la descripción.
A veces en lugares pequeños encontramos grandes enseñanzas. Las prioridades de vida nunca cambian para Pol. Reconocimientos alejados de un lado, recordatorios de estados de ánimo enfrente. Los premios no se buscan, llegan como consecuencia de buscar paz.
“Tuve que remodelar y agrandarlo durante la pandemia”, nos explicó Pol refiriéndose al bar y restaurante de a un lado los cuales en sus mesas y afluencia cubrían toda la cuadra. Sin mencionarlo, era claro que a pesar de poseer tres negocios, rara vez salía de este. “El bar lo maneja mi hijo y familia”, decía implícitamente expresando el haber tenido que expandirse solamente por necesidad, justo como debería de hacerlo el mundo.
De repente, a espaldas de nosotros y debajo del barómetro, una pareja sentada en los sillones alzaba la voz y en idioma dutch invitaba a Pol a la plática.
Saliendo lentamente de la barra, Pol caminó y se detuvo justo a la mitad entre ellos y nosotros, formando un triángulo de conversación. Sin compartir el idioma, comenzamos a intercambiar sonrisas y entendimientos, como si la magia del lugar nos transportara a una época diferente.
Ella era local, el italiano. Ella se refería a Pol como “el mejor del mundo”, Pol solo escuchaba. Al retirarse, abrazaron a Pol con una sutileza y calma que presumía pronto regreso. Pol, en su tono que nunca cambió, los despidió diciendo: “Proost”, salud.
Al prepáranos para pagar, mientras Pol revisaba sus cuentas en un cuaderno rayado que no podía ocultar su fuerte uso y edad, le hicimos una última petición.
“Si, pero detrás de la barra.” – contestó Pol después de pedirle tomarnos una fotografía con él. No sonreiría ni diría nada más durante la foto, solo se cercioraría que la barra con las ginebras de fondo fueran la parte central, una bella y exacta representación de su vida.
Al caminar hacia la salida y finalmente darle la espalda a Pol y su barra, una energía se desprendía ligeramente de nosotros como si quisiera cansarnos para evitar nuestro retiro.
Inconscientemente, no queríamos dejar este lugar el cual en cuestión de minutos nos recordó lo simple que es encontrar paz. Sabíamos que el salir representaba enfrentar nuevamente al mundo que exige idiomas, procedencias y estatus y que no es capaz de comunicarse solamente con sonrisas.
Al tomar el último paso y salir del calor que emana la autenticidad, el aire nos pegó forzando una sonrisa y en enseñanza nos pidió jamás olvidar este momento.
Por siempre, Pol y su barra serán un barómetro para nuestros estados de ánimo. Un recordatorio que solo basta un ginebra, sonrisa y plática para regresarlo al cien.