Adaptación, un arte Alcaraz.

Hay un instante en el tenis que lo hace diferente de cualquier otro deporte. Justo antes de que la raqueta contacte la pelota, el cuerpo del oponente en espera tiene que prevenir y ejecutar su siguiente movimiento.

El posicionamiento no solamente es el fundamento de esta disciplina, es su belleza.

Novak Djokovic ha ganado veintitrés majors durante doce años dominando este arte.

Creciendo, aprendió de Rafael Nadal que la velocidad y fuerza pueden ser combatida con inteligencia y técnica, de Roger Federer que la presión de mantenerse vivo puede desquiciar a cualquier genio y de sí mismo que su juego nunca puede quedarse estático pues el tiempo termina siendo el enemigo más grande.

En junio de este año, se enfrentó a lo que el mundo le gritaba ser el nuevo emperador del deporte. Según los expertos, Roland Garros por fin sería una tierra de batalla.

Naturalmente, Djokovic aprovechó su virtud que se ha fortalecido con la experiencia y, bajo el uso letal de la paciencia, ejerció una sutil presión a su contrincante quien, a pesar de haber competido cuatro sets, su mente realmente desistió en el primero.

En sus palabras aquel contrincante: “La verdadera razón de porque me dieron calambres, fue por la presión que Djokovic ejerce en ti, punto tras punto.”

Novak, nadie más, siguió siendo el emperador.

Pero el tenis y su bello posicionamiento van acompañados de una variable que por siglos ha enaltecido su significancia. Al igual que a nosotros nuestro día a día, su superficie constantemente cambia.

La rotación cíclica entre el piso, arcilla y césped, fuerza a sus jugadores a adaptarse eliminando movimientos adoptados anteriormente e intercambiarlos por nuevas estrategias que encajen con la diferente interacción de la pelota y su ambiente.

Un mes después de aquel enfrentamiento en Roland Garros, Djokovic volvió a enfrentar al mismo contrincante. Esta vez, en un ambiente diferente, uno que, entre fresas, crema y elegancia, recordaremos como parte crucial en la historia.

¿Cómo derrotas la fuerza y poder generado por la juventud?, se preguntó Djokovic.  

La obligas a jugar en contra de ella misma.

Djokovic, respaldado por décadas, comenzó el juego con una clara estrategia. Su mejor golpe sería la paciencia nuevamente. Usando el reloj al límite para sacar (le costaría una llamada de atención posteriormente), contestando cada golpe lleno de fuego con simpleza disfrazada de slice y alargando cada punto, provocó que su conocido rival confundiera estos movimientos como oportunidades para ejercer vigor.

En solo treinta y cuatro minutos, siete puntos fueron suficientes para que la Catedral del Tenis presenciara la efectividad de su trampa. Al término del primer set, los jardines ingleses sentían estabilidad en su aire, el mismo olor de los últimos cinco años.

Pero la historia se escribe no por su constancia sino por los momentos que la rompen. El viento, como solo lo hace en Londres, hizo sentir su presencia.

La capacidad de adaptación en cualquier aspecto de la vida es directamente proporcional a la capacidad de escuchar. El aprender no es un acto, es una recepción.

El contrincante se sentó en la silla a lado del juez y, como mucho antes que él, la usó como templo de meditación.

Escuchó y entendió: “la fuerza usada como emoción nubla el reacomodamiento, tengo que soltarla.”

Brincó nuevamente en su lugar, cambió su espada por raqueta y comenzó el segundo set.

El slice en revés en esta disciplina es quizá el golpe más sencillo para ejecutar, pero paradojamente el más complicado a mantener. En su aspecto defensivo, la técnica solo busca mantenerse en el punto, sobrevivir. Al no haber expectativa de conquista ni ataque, puede ser frustrante.

A sorpresa de Djokovic y cada uno de los amantes del tenis, el contrincante comenzó el segundo set llenó de paciencia y se despojó totalmente de su esencia.

Después de haber usado el 85% de sus backhands para atacar, solamente utilizó el 15% en el segundo set y disolvió el tiempo en un tango de paciencia.

Al ver este cambio y al haberlo aplicado el mismo durante tantos años, Djokovic decidió retarlo y probar su autenticidad durante una hora y veinticinco minutos.

Nada, ni una sola fisura.

El contrincante, enfrente de sus ojos, maduró con cada golpe. Ni siquiera un tiebreaker pudo con él y Djokovic, por primera vez en años, fue quien cayó en desesperación.

Dicen que lo difícil no es llegar sino mantenerse. El tenis abraza este lema como si fuera suyo. En su máximo nivel, solo reconoce las semanas, torneos y años de dominio. Borra el pasado como un huracán elimina siglos de civilización.

El tercer set, para Djokovic y su contrincante, fue una lucha por mantenerse. El primero en su legado de dominio y el segundo en su nuevo aprendizaje.

Los veintiséis minutos y cincuenta y siete segundos del cuarto punto serán por siempre recordados como una competencia por dos artistas para crear la mejor escultura. Ambos, puliendo y puliendo, esperando el momento que el otro cese en cansancio.

Cuando es así, y como lo presenciamos, es la juventud quien lleva la ventaja.

Djokovic, al sentir que ya no conocía a su contrincante, aceleró el tiempo y decidió ser exageradamente agresivo el resto del tercer set. En retrospectiva, el también necesitaba su templo de meditación.

El saque en el tenis te da control y, sabiéndolo ejercer, te permite manipular la situación. Djokovic recordó este aspecto y reactivó una estrategia que no le había sido necesario utilizar desde los enfrentamientos con Federer.

Con una mezcla de diferentes velocidades y ángulos, Djokovic navegó el cuarto set confundiendo a su contrincante. A su paso, logró tranquilizarse y salvar break points como el que enfrentó temprano estando 0-1 abajo. Solo maestros como él, entienden que el termino break no solamente es referente al saque sino a la fortaleza mental.

(¿Qué pasará por la cabeza de dos gladiadores que han utilizado la mayoría de sus estrategias y aprendizajes y que, en su templo de meditación, se dan cuenta que siguen en el mismo punto?)

Si lo analizamos, el quinto no es solo un “set” en este deporte, es su profunda prueba de resiliencia.

Fue aquí cuando el viento con aroma a prosecco se detuvo, como si el mundo dejara de girar para exigir nuestra atención. El contrincante, en este momento trascendental, tomó nombre.

Carlos Alcaraz, en el proceso de cuatro sets, aprendió que la única forma de derrotar a la experiencia es cansándola. Con su inquebrantable paciencia del segundo y tercero la comenzó a agotar, y en el cuarto, al entender que esto no era suficiente, aprendió como pocas veces lo hemos visto en la historia de este deporte.

Antes de actuar, escuchó.

La delicadeza de un drop shot en el tenis viaja con un riesgo. Al extraerle velocidad a la pelota y al juego, encuentra efectividad únicamente bajo la combinación perfecta de dos condiciones, su exacta ejecución que roce la red y el posicionamiento alejado en cansancio del contrincante.

Alcaraz, al escuchar, sintió y reconoció el conjunto de ambas.

Una y otra vez, sin importar las veces fracasadas, removió la fuerza del juego y lo transformó en una muestra delicada de técnica. Su poder fue mental y, alargando infinitamente la cancha, agotó una experiencia que llevaba cuarenta y cinco veces sin perder en ella.

Djokovic destruyó su raqueta en frustración, no por falta de juego sino por encontrarse ante un contrincante con la capacidad de remover cada capa hasta encontrar una debilidad. Estos jugadores, como el sabe, generan impotencia y dan la percepción de ser invencibles.

Hoy el comentario de Djokovic sobre que Carlos Alcaraz en su juego tiene aspectos de Federer, Nadal y Él, cobra veracidad e importancia.

“Nunca había jugado contra alguien como él.” – dijo Djokovic momentos antes de desahogar lágrimas al ver a sus hijos.  Quizá por el significado del momento vio en ellos el inicio de su siguiente etapa.

Del otro lado, antes de iniciar el match, Alcaraz aseguró que este sería el mejor día de su vida sin importar el resultado. Al finalizarlo, bromeó con el Rey de su país pidiéndole que no faltara más a sus competencias.

Ambos comentarios, provenientes de la misma persona bajo una situación que requiere suprema concentración, en su contraste expresan una combinación sublime hacia el futuro y peligrosa para todo rival.

A sus veinte años y en plena inocencia, ha aprendido el arte de la adaptación.  

Arte que, con el tiempo, solo se perfecciona hasta ser imbatible ante cualquier posicionamiento.    

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