Respira.

El horizonte, lo vemos, describimos, dibujamos, admiramos. 

Nunca lo alcanzamos. 

Con el monótono sonido de una lancha en viaje, admiraba lo abstracto del horizonte. En él, el resplandor del sol aparecía intermitentemente entre nubes. 

Con nosotros, un pez nos acompañaba haciendo lo prohibido, salía del agua en brincos que simulaban vuelos. 

Ironía, pensaba. Él intenta salir mientras nosotros hemos pagado y viajado por cumplir nuestro sueño, entrar. 

La voz de Benji, nuestro guía, se acentuaba a lo lejos diciendo: “acérquense, hablemos de lo que estamos por hacer…”

Con todos reunidos a un costado de la lancha, Benji iniciaba su instrucción con una pregunta: “¿Saben que es la presión?”

En su tono, el cual no esperaba respuesta, representada perfectamente nuestra ignorancia. 

¿Cuántas veces le gritamos al mundo sentirnos presionados? ¿Cuántas de estas podemos definirlo?, reflexionaba. 

Benji continuó explicando los miles de litros que estarían por encima de nuestro cuerpo y la razón del porque son prácticamente inapreciables. 

“Casi todo nuestro cuerpo es agua”, decía y me hacía recordar la frase de Bruce Lee, Be Water. ¿Tendrá relación?, me preguntaba. 

La simpleza en las instrucciones de Benji nos tentaba a preocuparnos. Así somos, cuando algo es sumamente sencillo no lo creemos o, pero aún, no lo queremos. Poco sabíamos que esta simpleza sería la bella representación de lo que estábamos por vivir. 

“Hay  dos partes del cuerpo que no son agua, nuestros pulmones y la conexión fosas nasales y oídos”, decía Benji en tono trivial. 

“Por ende, en ningún momento se guarda la respiración ya que nuestros pulmones son aire y se pueden inflar y, en segundo lugar, debemos compensar nuestros oídos presionando la nariz mientras exhalamos justo como lo hacemos en un avión”. 

¿Será posible que la única regla del buceo sea no dejar de respirar?, me preguntaba.  

La lancha se detuvo y la ausencia del sonido del motor proyectaba atención. 

Con aletas, chaleco y un tanque en la espalda que a pesar de sus menos de dos kilos nos recordaba la triste facilidad que tenemos de sentirnos incómodos, los guías pedían ponernos los visores y estar listos para nuestro entrenamiento. 

¿Si la única regla es respirar, porque demonios necesitamos entrenar?, pensaba mientras batallaba por caminar a la parte trasera de la lancha. Increíblemente, justo al momento de ponerme el visor, encontraba la respuesta. 

El visor es un simple plástico que te da visión debajo del agua, sin embargo, lo hace a costa de inhibir el órgano mas importante del cuerpo, la nariz. He aquí el porque del entrenamiento. 

En el agua, con solamente mi boca capaz de jalar aire, entendía la complejidad de aquella regla.

Lo difícil no es respirar, sino cambiar la forma en la que lo he hecho toda mi vida. 

Durante los primeros segundos en el agua, mi mente peleaba aferrándose a encontrar aire bajo su forma acostumbrada. A pesar de entender que era imposible, lo seguía buscando. ¿Cuántas veces he hecho esto en mi vida?, pensaba. 

Bucear no es respirar, entendía, sino aprender y aceptar nuevas formas de hacerlo. La presión, después de todo, nace de pelear contra nosotros mismos. 

Con el entrenamiento exitoso, nos dirigimos a nuestro primer descenso. Esta vez, cuando la lancha se detuvo, no había tierra a la vista. No había marcha atrás. 

“Habrá una cuerda, bajaremos lentamente agarrándonos de ella”, decía Benji mientras caminaba a la parte trasera de la lancha y terminaba su instrucción con palabras que, de momento, irresponsablemente pasarían desapercibidas, “para entrar al agua, daremos un paso de gigante”. 

Al verlo entrar, de inmediato caminé hacia él consciente de cada parte de mi cuerpo. 

Interesante, pensaba, cuando motrizmente nada en mí funciona igual, es cuando mas me siento. Así somos.  

Jamás olvidaré el momento en el que entré al agua, no por el acto en sí, sino por la inmediata ausencia de ruido sustituido por una de las cosas mas bellas que tenemos, el sonido de nuestro respirar. 

Tomado de la cuerda y concentrado totalmente en darle ritmo y paz al aire que entraba en mi boca, bajaba sintiendo por primera vez presión. 

Por obvias razones, en esta actividad existen señas para comunicarse.  Ok, subir, bajar, compensar, etc. En retrospectiva, lo interesante esta en lo poco que son utilizadas. 

Debajo del agua, las cosas no se transmiten, se sienten. 

Sintiendo una señal de ok, la cual representaba el término del descenso, comenzamos a flotar en posición horizontal cuidando el mínimo pataleo pues, como había sido explicado anteriormente, cada movimiento gasta oxígeno. 

A lo lejos, un coral que en sus colores y movimiento reflejaba su belleza. 

¿Cómo llegaríamos ahí?, me preguntaba cuando de repente las manos de Benji interrumpieron abruptamente mi atención. Enfrente de mis ojos, sus dedos gritaban: ¡tortuga! 

A mi derecha, la tortuga mas grande de mi vida. Jamás sabré si por el tamaño o por el momento. Quizá lo segundo crea el primero. Así deberíamos medir siempre. 

Con una paz envidiable, el hermoso animal revisó nuestra presencia con un ojo mientras continuó comiendo de las plantas. 

Paulatinamente, me alejaba de ella sin quererlo. 

Luchaba con mi cuerpo para no dejar de verla. A veces flotar como queremos es lo más complicado, es el acto de no hacer. 

Cuando finalmente me fue imposible mantener la dirección hacia ella y la perdí de vista, enderecé horizontalmente mi cuerpo solamente para asombrarme de lo también sucedido al mismo tiempo. 

¡Ya estábamos en aquél hermoso coral!

Las corrientes son como el liderazgo, inapreciablemente mueven con fuerza. 

En ese momento dejé de escuchar mi respiración para pensar, ¿qué es lo bello del fondo del mar? ¿Los colores? ¿Peces? ¿Plantas?

Enfrente de mi, la naturaleza y su movimiento imponía. 

Mi vista, incapacitada para poder admirar en totalidad, trataba de identificar y razonar. Agitadamente, intentaba ver todo, capturarlo en mi memoria. 

Después de minutos finalmente entendía. La belleza del fondo del mar reside en la imposibilidad de usar nuestros sentidos. 

Es real, el pez no siente el agua. 

Inmediatamente comprendía que el juego era no comprender. 

Por primera vez me resultó fácil no pensar.  Su efecto, una paz indescriptible, me hizo por momentos envidiar la vida de cada uno de esos peces. 

No hacen nada, solo viven. 

Las lágrimas corrían de mis ojos. Por fin entendí la sal en ellas, es igual de intensa que la del mar. 

Volteé hacia arriba y viendo los rayos del sol entrar a la inmensidad del mar, volví a escuchar las palabras de Benji, “con un paso de gigante”. 

No es el paso para evitar tropezarse, sino el que debemos dar para entender nuestra insignificancia en este mundo, entendía y sonreía. 

“Gracias por todo” les decía a los peces, al coral, a la gente que estaba y no conmigo y, antes de finalmente patalear para salir, me prometía guardar este momento para siempre y recordarlo cada vez que estúpidamente intente quejarme de la vida. 

El horizonte no se alcanza, existe para recordarnos que lo único que necesitamos en este mundo es respirar. 

2 comentarios en “Respira.

  1. Esperaba este relato. La naturaleza nos muestra lo pequeños que somos ante su belleza
    Gracias por compartir este sentimiento y experiencia

  2. Esperaba este relato de una de tus experiencias mas increíbles. Te das cuenta del calor de las pequeñas cosas que nos rodean y de lo magnifico que es la naturaleza y lo pequeño que somos ante ella Te felicito Gracias

    Sent from my iPhone

    >

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.