El Estadio no lo sabía.

Lo increíble de estar en un sueño no es vivir algo que no existe, es poder sentirlo.

Hace algunas noches, sentí pánico. 

Pintado en los costados del campo, el número cuarenta se veía mas grande de lo normal. La formación de despeje daba la impresión de nunca haber sido practicada. Los once jugadores, a segundos de ejecutar algo que debería de ser rutinario, se mostraban confundidos. 

Momentos después, la patada de despeje fue bloqueada.

El sueño, era pesadilla.   

Desde un extremo del campo, inconcebiblemente ninguno de los jugadores sabía responder a tan crucial error. Como si fueran máquinas mal programadas, cada uno de ellos caminaba hacia la banda ignorando el balón y dejándolo a merced del equipo contrario.

En desesperación, intentaba gritar con todas mis fuerzas.

Como si estuviera debajo del agua, mis esfuerzos eran inútiles.

Instantes después, con sudor en la frente, desperté.

Caminando por Levi’s Stadium, el cual solo tiene 6 años de edad , encontré una pared que atrajo peculiarmente mi atención. Por alguna razón sentía el haberla visto antes. 

En aproximadamente cuatro metros de alto, en posters blanco y negro, estaban expuestos los momentos mas enigmáticos en la historia de la franquicia en San Francisco. 

Y.A. Title, “Million Dollar” backfield, Steve Young, Jerry Rice, Joe Montana…todos, desplegados nitidamente.

Sin retirarle la vista, caminé lentamente intentando buscar un espacio para poder sentarme y absorber el momento. Entre mares de gente trataba de encontrar un espacio en donde alentar el tiempo. 

La calma resultó imposible pues, lejos de imponer, las memorias parecían servir solamente como decoración de un lujoso bar de sushi que ejemplifica perfectamente el poder de negocio que este deporte tiene. 

Frustrado, me senté en un banco situado en una de las esquinas de la pared y, justo en el momento en el que entendí que no podría admirar tranquilamente las fotografías, el momento regresó a mi mente.

Como si alguien hubiera tocado mi hombro para llamar mi atención, recordé aquel sueño. 

Cuatro palabras inundaron mi mente. 

“Este estadio no sabe”. 

De quince campeonatos de conferencia que San Francisco había peleado, ninguno se había jugado aquí. 

The Catch I, The Catch II, y otros múltiples momentos que no solamente marcan la historia de este equipo sino de toda la NFL, habían nacido en Candlestick Park, hoy un terreno baldío a mas de 70 kilómetros de distancia.  

“Este estadio no sabe.” 

Hay momentos que el amor por un equipo es tan grande que el simple hecho de dudar de su habilidad por ganar se siente como traición.

Incómodo por sentir duda de que pudieran vencer fácilmente a Aaron Rodgers, salí apresurado al campo, miré al cielo, el cual con su color gris gritaba tormenta, y le pedí a los veintinueve 49ers pertenecientes al Salón de la Fama de su ayuda: 

“Logren que este estadio lo sepa.”

         Los momentos grandes de nuestra vida están llenos de emociones, pero al mismo tiempo conllevan una fuerte tentación por perder la humildad. Nuestra mente, en tono de defensa, trata de rechazar y olvidar aquellos momentos negativos que nos llevaron al éxito.

Los empuja, no los quiere vivir otra vez.

         Olvidar que este equipo ganó solamente cuatro juegos la temporada pasada, no es simplemente una falta de humildad, es también una lucha por no volver a vivirlo. 

La gente, en Levi’s Stadium, caminaba con completa seguridad, olvidando completamente que hace un año nuestro staff estaba en el Senior Bowl, el juego que usa la NFL para ayudar a los peores equipos. 

         Observar el calentamiento de un equipo de la NFL tiene dos grandes regalos. 

En primer lugar, podemos apreciar las impresionantes capacidades físicas y talentos de estos atletas, algo que ligeramente se pierde durante el juego por la ecuanimidad en la competencia. 

Pero mas importante, si tenemos aun mas suerte, podemos sentir la presencia de las leyendas que han hecho de este deporte el mas hermoso del mundo. 

Cuando un miembro del Salón de la Fama pisa un campo, sin importar el tiempo que ha pasado desde la ultima vez que lo hizo como jugador, inmediatamente atrae la vista de todos. 

Cuando pisan el campo, el mundo parece girar mas lento.  

Jimmy Garoppollo no pudo evitar tan inevitable atracción. 

Joe Montana, con la misma sonrisa “Cool” que lo hacia recorrer noventa y tres yardas en momentos cruciales, le estrechó la mano y, como si no quisiera dejarlo ir, le dio palabras de aliento.

El volado siempre lo hemos considerado un acto de azar. No siempre lo es. 

Jerry Rice y Steve Young, caminando hacia el centro del campo, no dejaban de conversar. Quizá no reconocían físicamente en donde estaban y se sentían mejor recordando slants que generaban 89 yardas. Quizá, era solamente una muestra de confianza. 

Con el volado dieron su mensaje. 

Ofensivamente, el juego para San Francisco resultó en lo que ha sido su sello toda la temporada, un impresionante dominio terrestre. Sin embargo, esta vez con una ligera diferencia. Roger Craig y Ricky Watters sonreían al leer que Reheem Mostert, un jugador cortado por siete equipos se convertía en el primero en la historia con mas de 200 yardas y cuatro touchdowns en un juego de playoffs. 

Craig y Watters algo sabían al respecto.

En la banca, a cuatro minutos de terminar y enviar a su equipo a su séptimo Super Bowl, Debo Samuel, sobre una de las bancas y viendo a su público, absorbía el momento con una sonrisa. 

En un palco, Jerry Rice le sonreía de regreso. Al final, ambos comparten el hambre que genera el haber sido menospreciados. 

Cuando finalmente el reloj marcaba doble ceros, Laken Tomlinson, quien fue añadido en el trade con Detroit, no pudo evitar las lágrimas. 

Joe Staley, el único jugador en el roster en haber estado en esta situación, le preguntaba: “¿Por qué lloras?”. Tomlinson, al igual que Terrel Owens hace veinte años, no pudo contestar. 

Caminando hacia el campo, de repente el césped se sentía diferente. 

En el podio, Kyle Shanahan, quien en algún tiempo recogía balones en las practicas de su padre, recibía el trofeo de sus propias manos plasmando, en dicho momento, el amor mágico que genera una familia.  

De repente, con el cielo completamente abierto y vestido de papeles rojos…

El Estadio ya lo sabía. 

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