Quizá no la has visto porque estabas muy ocupado preparando la fiesta de fin de año. Quizá no la has visto porque está relacionada a un equipo que posee aproximadamente dos seguidores en el país. Quizá, aún más probable, porque no tienes mínimo interés en una liga “gringa” de un deporte que “es puro show”. Sin embargo, este domingo, una escena que le dio fin a una temporada completa nos entregó un hermoso recordatorio del valor que los deportes tienen en nuestra vida.
Kyle Williams mide 1.84m, su hijo, la mitad. Sus brazos, al cargarlo, lo rodeaban por completo mientras ambos pares de ojos hacían contacto profundo, ese tipo de contacto que solo se logra cuando no hay necesidad del lenguaje para lograr comunicación. “Daddy is going to the playoffs”, Kyle le decía. Después de 17 años, en donde 11 consecutivos Kyle personalmente vivió la frustración que genera no poder decir esas palabras, él y la ciudad de Buffalo, por fin las pudieron pronunciar.
Sobre esta escena, podríamos hablar sobre la gran hazaña lograda por los Bills pero correríamos el riesgo de aburrir a cada uno de los millones de seguidores de la NFL que no les interesa recordar a Jim Kelly, Thurman Thomas y mucho menos a Scott Norwood.
Desafortunadamente, en esta misma escena, hay algo triste que no podemos ignorar y que nos compete a todos. De eso es necesario hablar.
¿Por qué ver a un jugador cargar a su hijo es infinitamente más poderoso que ver a ese mismo abrazar a uno de sus compañeros, el cual teóricamente es mucho más participe de su éxito? ¿Por qué en todos los anuncios de navidad y año nuevo usamos niños para expresar felicidad y sorpresa? Un niño puede interrumpir una conferencia de prensa y provocar uno de los momentos más “dulces” del año, de lo contrario, pensamos completamente lo opuesto cuando lo hace un adulto. ¿Por qué?
Increíble y desafortunadamente, en las opiniones generadas a raíz de tan inigualable escena, podemos encontrar la respuesta: “Los Bills están celebrando como si hubieran ganado el Super Bowl…”; “Buffalo festeja por romper la racha como peor equipo profesional”; y la mejor de la prensa; “Mejor demostración de mediocridad no puede haber, los Patriots jamás celebrarían así…”.
¡¿Por qué?! ¿De donde los adultos obtenemos la capacidad de destruir los momentos a la velocidad que un padre sonríe con su hijo?
Todo deporte, especialmente el football, posee una estricta exigencia por ganar, he ahí su naturaleza como competencia. Lo que hemos perdido de vista es la diminuta definición que le hemos dado al ganar.
En la actualidad, ¿qué significa ganar?
Si hablamos de la NFL, hemos incrementado de una forma tan agresiva el valor y trascendencia que tiene el ganar el Super Bowl que pensamos que la temporada del segundo lugar es equivalente a la de los Cleveland Browns (ouch…).
¿Los Bills, por haber festejado como si fuera 16 de septiembre, han perdido noción de lo que están haciendo y son unos completos mediocres? ¿En verdad? ¿Hay relación entre festejar y no tomar el siguiente juego con toda seriedad?
Podríamos debatir esto interminablemente y encontrar múltiples argumentos a favor y en contra, sin embargo, hay un punto que estaría totalmente fuera de la discusión, un punto que realmente merece nuestro análisis; el niño, en esta escena, no es “capaz” de generar dicho debate en su mente. En él, solo existe el sentimiento puro de haber ganado. Posee la habilidad de alargar el tiempo del momento, habilidad que perdemos cuando crecemos.
“Mini-Williams” aún tiene esa habilidad ya que su cerebro aún no ha sido contaminado lo suficiente con mensajes que, para efectos de este análisis, llamaremos “Nextus-exitus”. Son todos aquellos mensajes que hacen referencia a un estado que nunca es el propio, nuca es el actual.
Ejemplos:
“Dress for the job you WANT, not the job you have” – Picture Perfect
“Think Different” – Apple
“Be what’s next” – Microsoft
“It´s the next big thing” – AT&T
En la sociedad lo vemos representado en actos irracionales tal como el esperar un día en fila para tener el SIGUIENTE Iphone (es un más irracional aun cuando todas las tiendas de tecnología lo ofrecen al mismo precio) o en nuestra extraña necesidad de ver el calendario terminar para decidir generar “propósitos” para el siguiente año.
Como adultos, tenemos que aprender a recuperar la definición de ganar que tuvimos de niños. ¿Cuándo fue la última vez que nos sentamos a comer, sin el teléfono a un lado y masticamos veinte veces para sentir realmente la comida? ¿Cuándo fue la última vez que escuchamos a alguien viéndolo a los ojos y en total concentración? ¿Cuándo fue la última vez que observamos el cielo?
¿Cuándo fue la última vez que dejamos de pensar en lo que sigue?
Ganar, después de todo, no es la ciencia de lograr un objetivo impuesto en una competencia. Es la capacidad de reconocer cada paso que damos hacia nuestro objetivo. Es la habilidad de detener el tiempo cuando nuestra mente nos dice que hemos avanzado, por mínima que esta distancia sea.
Los Bills y Kyle Williams jugarán nuevamente este fin de semana. En un juego hermoso limitado por 100 yardas, ganarán o perderán. Nadie sabe. En el vestidor, habrá un niño que, a diferencia de todos, no entenderá más que lo que proyectará la mirada de su padre. En ella, entenderá cómo reaccionar gracias a que su mente no puede pensar en lo que sigue.
En este niño, es nuestra obligación recordar que algún día tuvimos esa capacidad. Ganemos y sintámoslo en cada paso.
¡Felicidades al autor del texto! De quien, por cierto, no nos comparten el nombre.