Es 1962, las gradas del estadio “Navy Memorial” pintan un azul único y, aunque aún no saben que serán triplicadas durante los próximos treinta años, hoy ya son casa de uno de los programas más importantes de football del mundo. Gracias a ellas, historias y leyendas transformarán este deporte en el mejor. Una de esas leyendas, quizá la más grande que esta escuela ha visto, a lo lejos se ve caminando después de haber terminado otra de sus prácticas en la que, en palabras de sus jugadores, el mensaje fue el mismo: “solamente el completo sacrificio crea a un equipo ganador, aprendan a entregarse por la persona que tienen a un lado”.
Justo antes de llegar a su oficina, el hijo de dicha leyenda, con tan solo diez años de edad, lo alcanza para entregarle lo que parecen apuntes de una materia. Las palabras del niño: “está listo el scout de lo que salió mal en la práctica”. El hombre leyenda, de nombre Steve Belichick, responde en tono seco y conciso, gracias Bill.
Cuarenta y cinco años después (2007), Bill Belichick, con tres Super Bowls ganados y posicionado ya como uno de los mejores, comienza su junta tradicional de inicio de prácticas (marzo). Al notar su presencia, más de ochenta jugadores generan un silencio total. Sin un solo comentario de bienvenida, Bill prende el proyector mostrando una presentación que representa el origen de su filosofía, mentalidad y vida: “Los errores del 2006”.
Hasta adelante del auditorio, un quarterback de Michigan, el cual tuvo que esperar 199 posiciones para ser seleccionado en el Draft, se muestra más listo que ningún otro jugador. Al ver la pantalla, nota que la primera jugada mostrada por su coach es uno de sus peores pases de la temporada pasada ésta es es acompañada del ya tradicional regaño: “Tom, puedo traer a un quarterback de High School y lanzaría mejor que tu”, proclama Bill. Sin perder un solo segundo, Tom Brady escribe cada uno de los detalles que hicieron de esa jugada uno de sus mínimos errores. En sus letras, más allá de técnicas y fundamentos, expresa lo que lo ha convertido en el mejor de la historia; todos los días hay algo que mejorar.
A unas cuantas filas atrás, un hombre de 44 años de edad, lo ve con admiración. En su mente, Thomas Dimitroff recuerda que justo fue esta actitud la que vió en Brady la que lo hizo pelear por seleccionarlo y darle una oportunidad.
Un años después (2008), Thomas Dimitroff, viendo desde su oficina la práctica de los Falcons, su nuevo equipo, se enfrenta con su primera gran decisión; ¿qué hacer en el Draft? Si bien ha habido fracasos en la posición de quarterback durante la historia, su ciudad, Atlanta, hoy es víctima de uno de los casos más extraños, polémicos y perjudiciales que la NFL ha tenido. Con Michael Vick en la cárcel, Dimitroff sabe que su decisión no solamente tiene que ser la correcta, sino tiene que trascender y transformar a esta organización, la cual jamás ha tenido un campeonato.
En su escritorio, Dimitroff revisa cada una de las evaluaciones de los prospectos que él y su staff han llamado: “Prospectos A”. Nombres como Joe Flacco, Brian Brohm y Chad Henne resaltan. Casi al final de la carpeta, encuentra una nota que le hace recordar aquella humildad de Brady. La nota dice: “perdimos una semifinal estatal porque nuestro corredor soltó la bola en la yarda 1 y, aun cuando tuvo uno de sus mejores juegos, el mensaje de Matt hacia sus compañeros fue: “…es mi culpa, tengo que mejorar en la entrega, es mi culpa…”, no encontrarás a alguien con tantas ganas de mejorar todos los días” – Ed Foley (Head Coach, William Penn Charter High School).
Thomas Dimitroff, aun con aquel recuerdo en su mente, sonríe.
Inicios del 2011. Matt Ryan, todavía sintiendo los estragos de haber sido eliminado por Green Bay, recibe una llamada de Dimitroff mientras maneja tranquilamente hacia su casa. Sin antes saludarlo, Dimitroff es directo con su pregunta: “Matt, es segunda vez que nos eliminan en la primera ronda de los playoffs; sin que lo pienses y pidiéndote que me digas lo primero que llegue a tu mente, ¿qué necesitas?”. El ex novato del año, respira profundo y piensa antes de responder: “Thomas, yo soy el que tengo que mejorar…Tony (Gonzalez) y Roddy (White) no pueden terminar sus carreras sin un campeonato, soy yo nada más”. Dimitroff, después de colgar sin haber esperado otra respuesta de su quarterback, se detiene por un segundo, analiza las palabras de Ryan y, en esa forma inexplicable de encontrar una solución que solo llega después de incontables horas de trabajo, un nombre suena en su cabeza; Julio.
Octubre 2, 2016. Solo seis jugadores en la historia de la NFL han logrado 300 yardas por recepción en un juego. Ahí estaba uno de ellos, Julio Jones, platicando con Deion Sanders después de su increíble juego contra Carolina. En un momento de la entrevista, entre risas y elogios, Deion le hace dos preguntas. La primera: “¿Crees que pudiste haber logrado 400 yardas si no te hubieran mandado mal un par de pases?”. La segunda: “¿Le dijiste algo a tu equipo sobre las pocas yardas que tuviste la semana pasada?
Julio, en inmediata respuesta, la cual solo se logra cuando se expresan sentimientos reales, contesta a ambas: “Tiré algunos pases, tengo que mejorar. No importan cuantas yardas tenga en cada juego, le ayudé a mis compañeros, es cuestión de sacrificio”.
En sus respuestas, sin darse cuenta, un recordatorio de lo que aquellas gradas en Navy vieron un día nacer.